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Rock y democracia

Despuntaban los 80 y la música entraba en un proceso de revolución permanente. El punk  mutaba al new romantic, y las grandes bandas psicodélicas y sinfónicas, creadoras de obras conceptuales megalómanas, cedían el paso a tríos de carilindos maquillados que inundaban de rock las discotecas.

 

En el país estallaba la primavera democrática y los jóvenes acompañábamos ese desborde con la pasión reprimida durante la oscuridad de la dictadura y el dolor de Malvinas.  Y con un una alegría compartida y una sensación de libertad que muchos de nosotros no volvimos a experimentar: nada ni nadie podría detener la primavera; instalada en los cuerpos y en las almas de los jóvenes, ya no habría fuerza civil ni militar capaz de refrenarla.

 

La guerra sin sentido había liberado al rock nacional de las catacumbas donde lo habían encerrado las listas negras, amordazado prisionero de los hombres de hierro. Y había permitido a los jóvenes patear la puerta del camino hacia la recuperación de la democracia: una puerta que NUNCA MÁS admitimos que se volviera a cerrar.

Memorias de una primavera indómita -  

Por Gabriela Ramos

Consagrados y más

A fines de 1982, Buenos Aires explotaba de música. Todas las semanas se  inauguraban locales (los llamábamos “pubs”), donde tocaban grupos a los que “había que ir a escuchar” porque, en su voz, llegaban las “nuevas olas” que se sumaban a la obra de artistas por entonces ya consagrados, como Luis A. SpinettaLeón GiegoPappo y, por supuesto, Charly García, quien en 1983 publicaba su ENORME Clics Modernos, el álbum calificado por la edición argentina de la revista Rolling Stone como el segundo mejor disco del rock nacional, que celebra sus 30 años junto con la democracia:

 

Los primeros años de la década del 80 fueron escenario de una coincidencia única: los artistas consagrados experimentaban una revolución creativa que marcó sus carreras y nos dejó obras clave –Alma de diamanteKamikaze Mondo di Cromo, de Luis A. Spinetta, y la grabación del proyecto De Ushuaia a La Quiaca, de León Gieco, entre otras–, al tiempo que surgían movimientos y artistas que llegaban para revolucionar la escena de una vez y para siempre.

Templos y antros

Lo transgresor, lo nuevo en estilos y artistas musicales, estaba en el circuito de los pubs y para seguirlo, lo primero fue el “boca a boca”, ya que el Suplemento Sí de Clarín, con su agenda de salidas para el fin de semana, vio la luz recién en 1985, una vez que la democracia oficializó el movimiento que se gestó en forma subterránea durante los últimos años de la dictadura.

 

Entre los boliches que se abrían, pronto cobró fama el Café Einstein, en Av. Córdoba y Pueyrredón, propiedad de Sergio AisensteinOmar Chabán y Helmut Zieguer. “El Einstein” fue escenario de numerosas performances de artistas como Katja Alemann -por entonces pareja de Chabán- y Luca Prodan, quien inauguró el lugar y se presentó allí con diversas versiones y nombres para su grupo: Sumo (casi con la misma formación con la que ganó popularidad años más tarde), Sumito (versión reducida el grupo, sólo con sólo Prodan y Diego Arnedo en contrabajo) y la Hurlingham Reggae Band. También frecuentaban ese escenario Pippo Cipollatti Daniel Melingo, fundador junto a Cipollatti de la transgresora banda Los Twist y saxofonista de Los Abuelos de la Nada, el grupo que Miguel Abuelo relanzó en 1980 y fue uno de los más aplauidos del momento, con el veinteañero en Andrés Calamaro en teclados y voz.

 

El Café Eistein estuvo abierto poco más de dos años, aunque por las leyendas que circulan sobre el antro, parece que hubieran sido cien. La galería de imágenes que se publica a continuación da cuenta de algunas de ellas.

 

Otros pubs antológicos del circuito del rock en los primeros 80 fueron el Stud Free Pub (Av. Del Libertador y La Pampa), La esquina del Sol (Guatemala y Gurruchaga) y, años más tarde, el Parakultural (Venezuela al 300),  la Nave Jungla, propiedad de Sergio Aisenstein, y Cemento, el revolucionario galpón regenteado por su antiguo socio en el Einstein, Omar Chabán, que abrió sus puertas en 1985.

 

En estos escenarios también hicieron sus primeras presentaciones grupos de culto, como Los Encargados, de Daniel Melero; Fricción, con Richard Coleman y Gustavo Ceratti como instrumentista invitado; y otras propuestas de corte más descontracturado, como  Los Fabulosos Cadillacs y el Fontova Trío, liderado por el entonces artista plástico  luego actor cómico, Horacio Fontova.

 

El circuto de pubs porteño contribuyó también a la difusión de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, la banda nacida y criada en La Plata en los albores de la dictadura que, Carlos Alberto " el Indio" Solari, Carmen Castro "la Negra Poly" y Eduardo "Skay" Beilinson a la cabeza, iba a convertirse el grupo de culto con más fieles en la Argentina.

Nuevos peinados

En los albores de la democracia los jóvenes pedíamos rock y los locales de Buenos Aires no alcanzaban para albergar a tantos artistas nuevos. Así fue que espacios dedicados a otros géneros musicales –o definitivamente, a otras artes– se transformaron en escenarios. El Club Marabú, en la calle Maipú casi esquina Corrientes, relegó décadas de tradición cabaretera, para abrir sus puertas a los chicos de la new wave, que con sus “raros peinados” nuevos llegaban a revolucionar la música de una vez y para siempre: Virus Soda Stereo.

 

En 1982, el grupo de los hermanos Moura, oriundos de City Bell, localidad cercana La Plata, había desembarcado en el Teatro Coliseo de Buenos Aires, con un show  tan inolvidable como controvertido. ¿El rock relegaba sustancia y “conciencia social” en pos de pelos parados, ojos pintados y letras superficiales, como las de El Probador y el Wadu-Wadu? Nada de eso: había mucho de ironía y búsqueda estética y poética detrás del arte de los Moura y esto no tardaría en revelarse:

Los Soda Stereo, por su parte, llegaban desde el norte con aires inocentemente inspirados en el trío británico The Police, e iniciaba su primera gira profesional con temas que luego se transformaron en clásicos –como Vitaminas– mezclados con el cover en español La vi parada ahí de The Beatles en la voz de un Gustavo Cerati adolescente.

El panorama se completaba con la ruta de las fiestas que organizaban las juventudes de los partidos que se preparaban para las elecciones de octubre, en especial, las peñas peronistas, que eran las más divertidas, y muchas veces eran animadas Los Twist, que ese año presentaba su primer disco, La dicha en movimiento, con música de fiesta para acompañar el estallido de la juventud que recuperaba las calles, la alegría y la vida.

Siempre que recuerdo la etapa entre la rendición en Malvinas y el gobierno de Alfonsín, nunca hace frío en mi memoria. Siempre son noches cálidas y estamos todos en la calle, marchando, cantando, bailando. Y muchas veces suena un tema de la dupla Cipolatti-Melingo, coreado por miles de voces que cantan abrazadas "Los Twist, Gardel y Perón" aunque no simpatizarn con la JP. Porque ese trío de palabras representaba una pertenencia a algo mucho más trascendente que un partido político o un cuadro de fútbol. Significaba pertenecer a la juventud que peleaba por su derecho a expresarse, a actuar y celebrar la vida.

Por la libertad, que nos vio ganar las calles y llenarlas de música.

Por la alegría, que en el maravilloso año de 1983 definitivamente dejó ser “solo brasilera”.

Alegría eterna
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